Esther y yo.
Escondidas dentro de una llanura interminable.
El suelo es ocre,
a juego con los gorros.
Los abrigos abrochados hasta arriba.
Lo mismo que los labios,
que no recuerdan ya cuántas palabras
van a tener que guardarse entre los dientes
algún día lejano.
Los ojos no aparecen en la foto,
porque están recorriendo no se sabe
qué países de piel de caramelo.
Esther y yo.
Dentro de una llanura interminable.
JULIA CONEJO ALONSO
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